
Introducción
Cada generación literaria ha sospechado de sus propias herramientas. La imprenta amenazó el aura del manuscrito, la máquina de escribir fue tachada de fría, y el hipertexto digital parecía un laberinto ilegible. Hoy, la inteligencia artificial ocupa ese lugar: ¿escribir con algoritmos es un fraude o una extensión legítima de la imaginación?
Los estudios recientes ofrecen una respuesta provocadora. Doshi y Hauser (2024) mostraron que la IA incrementa la creatividad individual, aunque tiende a homogeneizar el conjunto de resultados. En paralelo, Porter y Machery (2024) comprobaron que lectores no expertos fueron incapaces de distinguir poemas humanos de poemas generados por IA y, en muchos casos, prefirieron los segundos. El dilema, por tanto, no es si la IA puede producir literatura, sino qué lugar damos a esas producciones dentro de la ecología literaria.