Evaluación y cooperación internacional en tiempos de restricciones: recuperar el rol estratégico de las funciones de evidencia


La cooperación internacional para el desarrollo atraviesa un periodo de transformaciones profundas. Factores como el giro hacia el aislacionismo en la política exterior estadounidense durante la administración Trump, los efectos socioeconómicos de la pandemia de COVID-19, la prolongada crisis en Ucrania y la reciente escalada de violencia en Gaza han provocado una contracción significativa de los flujos de financiamiento. Esta nueva configuración afecta transversalmente a agencias multilaterales, organizaciones no gubernamentales y actores de cooperación bilateral, obligándolos a repensar sus capacidades institucionales.

En este escenario, muchas organizaciones han respondido con estrategias de reducción de costes —incluyendo recortes de personal y disminución de actividades programáticas— para mantener su viabilidad operativa. Aunque comprensibles desde una lógica de eficiencia, estas medidas pueden derivar en un efecto colateral preocupante: la marginalización de la eficacia como criterio estratégico central y el debilitamiento de las funciones de evidencia.

Estas funciones —que incluyen evaluación, monitoreo, análisis de desempeño, estudios temáticos, gestión del conocimiento, investigación aplicada, sistemas de datos y estructuras de aprendizaje organizacional— son esenciales para generar, interpretar y utilizar información útil en la toma de decisiones. Según Newman, Fisher y Shaxson (2012), el fortalecimiento de estas funciones no puede limitarse a una mejora técnica, sino que requiere transformaciones estructurales en capacidades, incentivos, liderazgo y cultura organizativa.

Un aspecto a tener en cuenta es que en muchas organizaciones, la medición del desempeño – a nivel individual, de equipos y organizacional- no es fiable (o, incluso, como se sabe que no es fiable, no se usa o no se puede utilizar para la toma de decisiones). Como indica Green (2024), la proliferación de métricas centradas en productos (outputs) desconectados del impacto real ha debilitado el potencial de estas funciones para orientar el cambio. Este diagnóstico se alinea con la crítica de Natsios (2010) a la “contraburocracia”: un sistema que premia la cuantificación superficial y penaliza la comprensión contextual.

Durante los años de expansión presupuestaria post-pandemia, las funciones de evidencia tuvieron una oportunidad histórica para consolidarse como eje de aprendizaje y adaptación estratégica. Sin embargo, múltiples estudios (Green, 2024; Center for Global Development, 2023) revelan que, en muchos casos, estas funciones no lograron identificar, poner sobre la mesa o romper los cuellos de botella sistémicos ni ejercer una voz crítica frente a las prioridades impuestas externamente.

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En qué estamos fallando (más) para el uso evaluativo: en la(s) evidencia(s)/resultados o en la(s) pregunta(s)/procesos


Fuente OBS busines.school

Puestos a soñar, porque cualquiera de los dos respuestas «podría» estar bien (las compraríamos ahora mismo), y si hay que mojarse (si sólo hubiese sitio para una respuesta en este bote), por qué apostaríamos para fomentar el uso evaluativo: (1) por una cultura de resultados (evidencia) y datos o (2) por una cultura del cuestionamiento (aprendizaje) y la colaboración.

Estos días me llegan varios artículos o mensajes sobre la importancia de una cultura de trabajo o decisión basada en «la evidencia y los datos». Por ejemplo:

(1) Este artículo: «Cuatro recomendaciones para promover políticas públicas basadas en evidencia«, me quedo con lo de «basadas en la evidencia» (y paso a ponerle adjetivo a la palabra «evidencias», ¿evidencias de qué? ¿sólo de resultados? ¿también evidencias de colaboración, de aprendizaje colectivo, de impacto colectivo o, por qué no, evidencias de  sentido común…), y también…

(2) Este twit sobre «construir una cultura de datos, evidencias y uso» Sigue leyendo